A menudo, la región de Flandes, en particular, se denomina la capital del chocolate, especialmente porque aquí se encuentran dos de las fábricas de chocolate más grandes del mundo: Callebaut y Puratos. Pero no solo somos conocidos por la larga historia del chocolate de calidad; nuestros refinados y excepcionales bombones son unos de los mejores que jamás hayas probado. De hecho, el primer bombón fue creado en Bruselas en las prestigiosas Galerías Reales de Saint-Hubert. Con un acceso tan fácil a ingredientes de calidad y una historia de artesanía confitera tan rica, nuestra experiencia chocolatera se transmite continuamente a las siguientes generaciones.
Innovación chocolatera
Los grandes chocolateros belgas, como Herman Van Dender, Pierre Marcolini y Dominique Persoone, no rehúyen la innovación y los últimos avances tecnológicos del sector del chocolate. Estos artistas del mundo de la confitería cautivan a los visitantes con inusuales combinaciones de sabor como el wasabi o el té Earl Grey o adueñándose por completo del proceso de elaboración creando chocolate bean to bar o chocolate «del grano a la tableta». Entonces, no sorprende que nuestros mejores chocolateros sean premiados en varios concursos internacionales como el Patisserie World Cup.
El arte de hacer chocolate belga
De la misma forma que nuestras cervecerías trabajan duro por conseguir el sabor perfecto, la elaboración del chocolate exige una cantidad impresionante de trabajo, que requiere la entrega de unos artesanos excepcionalmente especializados. Estos maestros del dulce tienen que asegurarse de que el cacao se tueste exactamente a la temperatura correcta, trabajar la ganache con las manos y, por último, hacer artesanalmente un praliné con una textura en boca perfecta para lo que quieren conseguir.
La elaboración de nuestro chocolate y nuestros pralinés implica mucho más de lo que parece. Por esa razón, probar o llevar a casa una caja de bombones es una experiencia que uno no puede perderse al visitar Flandes.
Delicias culinarias y cerveza belga
El amor por el buen comer corre por la sangre de los flamencos, y el buen gusto está arraigado en nuestro ADN. En Flandes, los amantes de la gastronomía degustamos sabores y platos que no podemos encontrar en ningún otro lugar, gracias a la variedad de productos locales. Vivimos la buena vida.